miércoles, 25 de junio de 2014

Tu padre no lo dice, pero me mira mal

Y sí, me miró mal desde el principio. Pero yo ya estaba advertido. Me miraba mal fruto de ese tumor cerebral que le ha ido menguando durante los últimos 16 años. Y aún menguado, él quería estar. No se perdía una carrera de los de Montezemolo pintado de rojo desde los pies a la cabeza, te instaba a que te apartaras cuando no le dejabas ver la televisión, y te apretaba la mano en cada Ciao. 
Tuve la desgracia de no conocerte en tu esplendor. Llegué tarde, como quien sube en la última parada antes de Ítaca. Pero este último trayecto ha sido toda una vida para mí. El cúmulo de experiencias, gratas y no tanto, al estar cerca de ti, me han hecho aprender esas cosas que sólo la universidad de la vida es capaz de impartir. A mí nadie me había contado cómo vivir esto. Cuando ya casi no podías hablar, me despediste con aquel "gracias" tras el incendio en Gilet. Recuerdo cómo fuimos de avanzadilla en mi coche, te enseñaba por dónde caminaba el fuego y tú me señalabas el camino hacia la salvación. El primer susto que me hizo crecer fue en La Fe. ¡Creí que te querías bajar del barco! Y luchaste por permanecer en él, porque no te querías perder la boda de tu Mimmi, esa que seguirás acariciando allá donde estés, y llegaste a entrar en nuestro nuevo piso. ¡No te has perdido ni una!
Como un conquistador del siglo XX, en tus interminables viajes alrededor del mundo, acabaste haciéndote con el corazón de Elena, la bondad hecha persona. Y con la precisión que un geómetra como tú tiene, diseñaste tu legado de una manera formidable. Tres hijas volcadas en ti, hasta el momento en que sonaba el timbre de la última parada. Sé cuán orgulloso te sientes de las cuatro. Elena me confesaba que eras un tipo fuerte, y que lo habías demostrado durante toda tu vida, desde el inicio de vuestro amor hasta los proyectos enrevesados, consiguiendo vencer infinidad de problemas. Esta vez también has luchado hasta el final, dejando asombradas a las enfermeras.
Contigo he aprendido a valorar cada ayuda a las personas dependientes, ese mundo que parece tan lejano cuando no te pertenece y tan injusto cuando lo sientes. Más cerca de la edad de mi yaya y mis abuelos, me habéis enseñado que la esencia de la vida no es más que la propia vida; y al resto, cuando la vida se tambalea, que le den. Gracias por abrirme los ojos y dejarme sentir la suerte que tengo de poder seguir disfrutando de mis quehaceres cotidianos con mis padres. Contigo ya sé decir "sono sólo", "gravissima imprudenza" o "piatto piange".
Emocionado, como estás tú cuando suena el "oh mía patria" del maravilloso Va Pensiero de Verdi, he escuchado que el timbre de la última parada de tu viaje llega, a pesar de que todos los días me despedía de ti con un "hasta mañana"; aún no soy consciente que haya sonado.
Seguiremos navegando, con toda la energía que nos has entregado. Aún siento el calor y la fuerza de tu mano.
Con un nudo en la garganta, TANTE GRAZIE PER TUTTO.
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